PABLO NERUDA
- PREMIO NOBEL DE LITERATURA 1971
SELLO Nº 1550-1551
De su verdadera ciudad natal -
Parral - no quedará nada en su memoria sino la vaga imagen
de un polvoroso pueblo blanco y lejano. Allí
nació Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto
en el invierno del 12 de julio de 1904. Allí también
la tuberculosis mató a su joven madre, la profesora rural
Rosa Basoalto, sin que el futuro gran poeta pudiera conocerla,
a no ser por un retrato que encontrará después entre álbumes
y recuerdos. Su padre, José del Carmen Reyes, será agricultor
en una zona de viñedos, obrero en los diques de Talcahuano,
ferroviario en un tren que salía al alba hacia los pueblos
de la Frontera.
Tiene sólo 15 años.
Por esa época conocerá a Gabriela Mistral (1889-1957),
una señora alta, con vestidos muy largos y zapatos de taco
bajo. Ella le presta libros y le da a conocer la literatura rusa,
en especial a los novelistas Chéjov, Dostoievki, Tolstoi.
La Mistral llegaba desde Punta Arenas - las desoladas regiones
magallánicas - a hacerse cargo del Liceo de Niñas
de Temuco.
Neruda es apenas un adolescente,
tiene 17 ó 18 años. De malas ganas asiste a clases
en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile. Estudia
francés porque será poeta en español: el francés
de Rimbaud, de Baudelaire, de Ronsard. Prefiere en cambio las tabernas,
el lúcido minuto de la bohemia, los compañeros de
condición nocturna que cantaron conmigo en los mesones.
El poeta luce con orgullo su elegante capa ferroviaria y lee con
resuelto interés el Sacha Yegulev, de Andreiev. La historia
de un bandido muy parecido a mi, como confiesa en una de sus cartas
de amor.
Desde los Veinte poemas de amor
y Una canción desesperada (1924) - y aún antes, desde
unas cartas escritas a una universitaria, Albertina Azócar,
de boina gris y corazón en calma - hasta los Cien sonetos
de amor (1962), dedicados a su mujer de la madurez, Matilde Urrutia,
pasando por el Hondero entusiasta (1933) y Los versos del capitán
(1952), como un relámpago fijo el amor atraviesa toda la
geografía de sus obras: el beso y la ternura, la caricia
y el deseo, el acto de fecundación. La mujer, la amada,
la bienamada, la amante, la esposa. Todo un torbellino vital. Canto
general funda la realidad poética de un continente, en su
historia, en su testimonio, en su documento. Es decir, crónica
toda a la manera de los grandes cronistas de otros tiempos. Una
relación que Neruda define en estos versos: Que aquí busquen
la herencia / que en estas líneas dejo como una brasa verde.
En siglos pasados, Alonso de Ercilla y Zúñiga (1533-1594)
- el único de los conquistadores salvado en las primeras
páginas del rescate nerudiano y proyectado con sentido de
futuro - fundaba al país con su epopeya La Araucana (1569):
Hombre, Ercilla sonoro, oigo el pulso del agua de tu primer amanecer,
un frenesí de pájaros y un trueno en el follaje.
Después de despedir desde
un muelle francés, y al frito de por la razón o la
poesía, al Winnipeg, un vapor con dos mil refugiados republicanos
españoles con destino a Sudamérica (Neruda había
sido designado cónsul para la emigración española
en París, el año 1939), el autor de España
en el corazón regresa a Chile con una visión diferente
del mundo, la que entregaba al mundo su memorable himno a las glorias
del pueblo en la guerra: el mundo ha cambiado y mi poesía
ha cambiado. Aunque lo que ha ocurrido, en verdad, es una evolución,
un evidente desarrollo de su poesía latente desde sus temas
primeros. Cuando la tierra florece, el pueblo respira la libertad,
los poetas cantan y muestran el camino, escribiría después
en sus Viajes al corazón de Quevedo y Por las costas del
mundo (1947). O sea, al fondo del pozo de la historia.
Neruda recibe el Premio Nobel
de Literatura el 21 de Octubre de 1971
El poeta del amor y la esperanza,
de las navegaciones y regresos, de los más tristes versos
y los más torrenciales, falleció en Santiago de Chile
la noche del 23 de septiembre de 1973. Tenía 69 años.
Se moría a esa hora de la noche cuando cada máquina
tiene una pupila abierta para mirarme a mí. Tal vez esa
pupila abierta de su poema Maestranzas de noche en su ya lejano
Crepusculario que le evocaba días de infancia, aromos rubios
en los campos de Loncoche, grandes girasoles cayendo sobre su pecho
como naturales condecoraciones. Un tren atravesando puentes y perdiéndose
hacia los pueblos de sus lugares natales. |