Alas de Chile Los golpes metálicos de una campana, que cada corto espacio repiquetea estridente, nos despierta en las primeras horas de la mañana sin permitirnos volver a reconciliar el sueño.
Se ha levantado una espesa niebla en la bahía y el transitar de las embarcaciones pequeñas que hacen la descarga, obliga a este sistema sonoro de señalización. La niebla o bruma polar, como es su verdadero nombre, se produce por corrientes de aire frío que llegan de otras regiones y logra una supuesta evaporación del mar el que, lógicamente
tiene una temperatura más alta que las corrientes visitantes.
A pesar de esta bruma, que es considerablemente mojadora, la temperatura ambiente es bastante agradable y algunos pasajeros hacen ejercicio matinal midiendo a grandes pasos los pequeñas cubiertas del barco.
Nada se ve más allá de diez metros y el peculiar entrechocar de los trozos de hielo, que por
cientos rodean y abrazan los costados metálicos del barco, acompañan a los ruidos desafinados y chirriantes de las espías que inician su pesada maniobra de descarga. Una lancha se aproxima y la proa rasga el telón vaporosa de la bruma, dejando una gran estela suavemente luminosa, que vuelve a cerrarse mañosamente, escondiendo tras su ropaje cuasi inmaterial,
el cuadro de la naturaleza que se extiendo más allá.
Pero la bruma, también tiene enemigos poderosos: el viento, el frío y el sol, que curioso aunque débil, quiere asomar su rostro alegre y relleno en estas lejanías. Lentamente, todos, en un abrazo de traicionera alianza van desplazando y barriendo el polvo de la bruma y los contornos de los témpanos
primero y de los acantilados después, empiezan a delinear sus formas múltiples y caprichosas.
Nadie se queja de este cambio y es esta lucha en que han vencido el viento y el sol; por el contrario, es para alegrarse. Existe una antipatía colectiva hacia esta vaporosa bruma. Es enemiga declarada del marino y del aviador. Su pálida faz siempre está presente
cuando un barco choca o se encalla; o cuando el pájaro metálico pierde su ruta y se estrella trépidamente en la montaña. El perdido caminante la maldice y cuando sus seculares enemigos – viento y sol – combaten, vuelve a los espíritus la tranquilidad y la confianza, el buen humos y la esperanza.
El mediodía se acerca ligeramente diáfano
y trozos de cielo azul se dejan entrever en la masa lechosa y pareja de las nubes antárticas. La fiera naturaleza, también quiere asociarse al júbilo que embarga en este día a los dueños de esta tierra, que sacrificadamente, están plasmando palmo a palmo un rincón de vida nacional.
El trajín se intensifica. Los preparativos se apresuran.
En la suavidad del mar, transformado hoy en un lago, se desliza, elegante le ligero avión en prueba de su motor. Los pilotos moderadamente equipados, escrutan el cielo y alegres, despreocupados y con la confianza que otorga el conocimiento y la preparación, se disputan el honor de ser los primeros en sobrevolar los terrenos antárticos. En la diminuta “base”,
ruge impetuosa la máquina del aire; también desea emprender el vuelo; quiere conocer estos cielos; desea luchar con las corrientes frías y traicioneras de las zonas polares y también desea tener el honorífico título de “pioner” antártico. Los “camerman” alistan sus elementos cinematográficos; no pueden perder
la magnificencia de esta hazaña; los fotógrafos también se alistan y los reporteros toman nota de los incidentes y preparativos de este primer vuelo. Todo esta listo. El comandante ha designado al piloto que debe guiar la máquina y él, dando el ejemplo, trepa ágil al aparato; tiene el privilegio por su preparación y por su grado y podrá anotar
en su bitácora con letras de oro la frase del ritual “17-11-1947, 16:30 horas; primer vuelo sobre la Antártica Chilena”.
Raudo el pequeño Sikorsky a flor de aguas; su vientre deja triangular estela que se abre y abre hasta el infinito y muy luego, airoso se eleva en el espacio. En elegante curva abraza la bahía , con una de sus alas inclinado entre
el cielo y las nieves. “Es el primer avión chileno que cruza este cielo”. Y chilenos son sus valientes tripulantes y chilena es la conquista que realizan”.
Desaparece y ágil y trepidante, vuelve a aparecer. Pequeño, pequeñísimo, se confunde a lo lejos con bandadas de pájaros marinos y después se agranda y se agranda por
momentos, reflejando obscura y lenta sombra el blancor inmaculado de las nieves cerriles. Su amarizar es suave y gentil. Ha realizado la hazaña con modestia, con toda sencillez y somos nosotros los que comprendemos la efectivo y verdadera importancia histórica que encierra este vuelo, que es grande y hermoso; sugestivo y conquistador. Es Chile; es la Patria encarnada en
las alas valerosas de sus hijos.
Al regresar a bordo henchidos de satisfacción y orgullo, tal vez las emociones o quizás el aire seco de la isla o el frío penetrante de los vientos, nos produce una sensación de laxitud; un cansancio físico y moral que deja vacía la mente y no permite pensar profundamente. Sólo el recuerdo de los nuestros,
las imágenes queridas del hogar, no se apartan un momento y en silencio, muy quedamente, en un murmullo suave y tenue, les contamos las horas ya pasadas, las alegrías experimentadas y nos desahogamos un tanto de esta grata opresión que nos llenaba el alma con tantas y tantas visiones. |